20 de julio de 2011

Further On (Up The Road)(2002): "... Una canción sonaba en su interior ahora..., aunque no se trataba de música, sino que era sólo el sentimiento de una canción. Y la empapada pesadez de la paz entumecía sus miembros, de manera que sólo gracias a su firme determinación conseguía moverse. ¿Por qué continuaba su camino? ¿Por qué no echarse a descansar allí mismo sobre el fondo de su máxima humillación y por un rato asumir su contenido?
Pero siguió adelante".
Carson McCullers. El corazón es un cazador solitario. 1940

 

11 de julio de 2011

Canto (El mismo dolor) (2004): Hace dos entradas comentaba mi reconciliación musical con Fito Páez. La adolescencia después de la adolescencia. Pero el viaje a España también fue definitivo para mi reconciliación con la música de Enrique Bunbury.

A principios de la década pasada y sin haber gustado nunca de la obra de Héroes del Silencio, las canciones de Bunbury casaron a la perfección en aquel imaginario personal lleno de canciones desérticas de forajidos con el alma agrietada que entonces construía. Algunos años más, luego de entrevistarlo, desmenuzar sus discos y verlo dos veces en concierto, me tropecé con la fortuna en forma de un disco doble llamado "El tiempo de las cerezas" en el que Bunbury compartía autoría con Nacho Vegas. En comparación con las canciones de Vegas -a quien conocí hasta entonces- y su propio repertorio previo, las de Bunbury me resultaban flojas y decepcionantes. Me sucedió lo mismo con "Helville Deluxe" (2008) y dejó de interesarme casi por completo, sin mencionar su millonaria gira con su grupo adolescente. Pero Bunbury volvió a sorprenderme con "Las consecuencias" (2010), tan buen sabor de boca me dejó que la distancia fue disminuyendo al punto de descubrir que sus viejas canciones no eran las únicas que habían envejecido bien.

Una tarde rumbo a Valencia con Andrés Correra hicimos escala en Zaragoza, tuvimos tiempo para visitar la Plaza del Pilar, la mítica Sala Oasis donde fue grabada una parte de "Pequeño cabaret ambulante" (2000) y ver en directo a la banda de su antiguo guitarrista Rafa Domínguez. Lo anterior, sumado a "Las consecuencias" y a que el preciso documental "Porque las cosas cambian" -recién salido del horno- me recordó que mi vida está muy ligada a las canciones de Enrique Bunbury, bastó para desenpolvar sus discos, dar play como antes y comprobar que el tiempo no cura nada.

 

9 de julio de 2011

Vuele bajo: Esta mañana me llamó mi tía Nelsa a contarme que a Facundo Cabral lo mataron en la madrugada de hoy. Un poco absorto reparé en su expresión "lo mataron", un poco obvio le pregunté si en serio había muerto asesinado. La respueta de mi tía se diluye en mi memoria reciente pero estaba impregnada de un total desencanto, como si no le resultara sorprendente lo fácil que es encontrar un sicario muerto de hambre en cualquier parte del Tercer Mundo dispuesto a lo que sea. Entendí.

Mi relación con la música de Facundo Cabral, como tantas otras, está directamente anclada al vetusto armario que mi tía tenía lleno de casetes hace más de media vida mía. Algunos sábados en la mañana escuchábamos las letanías de Facundo mientras ella ordenaba y yo hacía alguna pendejada. Alguna vez lo vimos juntos en El Campín al lado de otros viejos trovadores.

Hace tres o cuatro meses, y no sé cómo explicar esto, la figura de Facundo Cabral se convirtió en una pequeña obsesión para mí. No eran buenos días, eran tristes y apagados pero una melodía resonaba en mi cabeza, sabía que era de él y que él la cantaba. Entonces empecé a buscar, leí entrevistas y biografías suyas estableciendo conexiones directas con algunos de mis cantautores favoritos como Roy Orbison o Merle Haggard -mitomanía, lo llaman algunos-, escuché algunas de sus muchas canciones que me devolvían al cuarto de Nelsa y a su vetusto armario, hasta encontrar la que necesitaba. No sabía que se trataba de una de sus grandes obras, una oración bellísima que hizo efecto en mí de manera contundente. Luego volví a él como quien va a una terapia. Así fue.

Justo ahora sólo me embarga un profundo sentimiento de asco. Seguro que él no lo consentiría.

 

8 de julio de 2011

Tres agujas (1984 - 1999): Hace unas semanas crucé el charco para recorrer las carreteras españolas en compañía de mi amigo músico Andrés Correa. Entre tantas cosas buenas vividas como reencotrarme con algunos de mis amigos más queridos, empaparme en carne viva de la movida cantautoril española (buena, regular y mala), hacer turismo y todo lo demás; ocurrieron un par de detalles pequeños que sin quererlo me reconciliaron en definitiva con dos músicos vitales para mí. A continuación el primero de ellos.

Nunca olvidado pero sí abandonado por un servidor desde hace ya varios años -por diversos motivos que no se me antoja explicar-, Fito Páez marcó mi larga adolescencia y llenó de alegría mis días. No tengo que escarbar mucho en mi memoria para reconocer que fueron las canciones del rosarino las que más canturreaba por aquí y por allá o en donde quiera que me encontrara. Luego, llegó el siglo XXI.

Pero en Oviedo se dio un momento precioso: mientras Pablo Moro conducía rumbo al Monte Naranco escuchábamos ese disco doble, colección de retazos en directo llamado "Mi vida con ellas". Cuando sonó "Un vestido y un amor" Pablo nos confesó que era su versión favorita de la misma cantada por su autor y comenzó a cantarla con tanto gusto -y con el vozarrón que tiene- que me transmitió la emoción que Fito no conseguía desde hacía tanto tiempo. Entonces y en fracción de segundos me sorprendí cantando al lado de dos grande músicos y amigos aquella extraña canción y después la siguiente y la siguiente y así, hasta que llegó a su fin. Fue suficiente para volver a querer escuchar y canturrear los grandes discos de Páez, como aquel que marcó su debut y contiene esta canción.

 

21 de marzo de 2011

Lunes por la madrugada (1984): Hace 65 años era jueves y en la ciudad de Buenos Aires nacía el niño Miguel Ángel Peralta, mientras la Argentina entera depositaba su confianza en el recién electo presidente Juan Domingo Perón. 42 años y cinco días después de nacer, huir y ver correr sangre en el Río de a Plata, aquel niño devenido en abuelo y genio moría en la misma ciudad. Era sábado y Buenos Aires derrochaba delirio y dólares, mientras enloquecía con un rock moderno y hedonista . En medio de la vitalidad y la celebración pop de los años ochenta en Argentina, Miguel, junto a sus Abuelos de la Nada, iba a la vanguardia; ellos no difundían el nuevo mensaje, ellos eran el nuevo mensaje y se inmolaban cada noche en el escenario. Ni Virus, ni los Twist, ni mucho menos Soda Stereo, exponían su pellejo como lo hacía Miguel junto a Calamaro, Melingo, Bazterrica y Cachorro, canción tras canción, concierto tras concierto. Los Abuelos de la Nada brillaban sin desvanecerse; en sus canciones, en especial las que escribía Miguel, se escondía un profundo sentimiento de amor duro y triste, imposible e inexplicable. Sobre todo eso, inexplicable. Pero era amor al fin y al cabo, amor hecho canción, por el que vale la pena la vida misma. Hoy es lunes. En Bogotá llueve y yo me acuerdo de él mientras escucho y canto esta hermosa canción. ¡Feliz cumpleaños, Miguel! Gracias.

 

Lunes por la madrugada,
yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor.

Días en la carretera,
yo siento aquí dentro
la emoción de haber
dejado lo mejor.

Yo no sé si en vano éste amor.
Aquí no hay luces de escena
y algo en mi no se serena, no.

Yo ya no comprendo nada,
tantas caras dibujadas
como manchas en una pared.

Noches de melancolía
pateando en una ciudad vacía,
en la oscuridad te busco a vos.

Quizás hoy sí te pueda encontrar.
Más allá de toda pena
siento que la vida es buena hoy.

Yo sé que no es en vano este amor.
Más allá de toda pena
siento que la vida es buena hoy.

12 de marzo de 2011

I could never take the place of your man (1989): "Para terminar con la controversia rock latino castellano contra rock inglés y la guerra de toda esa mierda... O sea, los Beatles y David Bowie son ingleses, ¿no?, o sea, porque yo veo en la prensa de aquí que tratan de enemistarnos con nuestros verdaderos amigos. Cómo nos vamos a pelear con Peter Gabriel, qué vergüenza. Cómo nos vamos a pelear con Prince que me dijo que cantara este tema para ustedes. Y se lo voy a cantar, loco. Mata, y si no mata... Viva la batata". (Charly García durante su primer concierto en Bogotá en la Plaza de Toros Santamaría en 1989).

 

14 de febrero de 2011

Lunes otra vez (1973): El matinal cielo bogotano de este febrero ya casi moribundo está más gris de lo habitual. Aturde y destiempla el alma, provoca de todo menos levantarse de la cama para hacer lo que hay que hacer. Al medio día el sol sigue sin aparecer y el ocaso es impercetible. Así es Bogotá, así ha sido siempre. Plomiza e indiferente. Y si a eso se junta la sensación de un lunes inaplazable pues la cosa se pone peor.

Esta mañana al asomarme por la ventana no había sol pero sí nubes y frío. Mientras miraba al cielo mi pensamiento fue atravesado por una antigua y extraña reminiscencia a la que sobrevino una canción que tarareaba hasta el hartazgo hace muchos años. Hoy he vuelto a hacerlo, la he cantado todo el puto día como un demente, con una sonrisa genuina, y juraría que algo de sol ha entrado por las rendijas de la persiana, como cuando las dulces armonías vocales de Charly García y Nito Mestre se adentraron en mí para hacerle frente a la tristeza hasta vencerla.

 

7 de febrero de 2011

Always in time (1982): Revisitar la discografía del rock hecho en Colombia entre los años sesenta y el primer lustro de los años ochenta es enfrentarse a una paradoja: la pobre producción de discos enfrentada a la calidad superlativa de los mismos. Bajo el riesgo de equivocarme, quizás no se hayan editado más 30 álbumes de rock en esos 25 años, pero algunos de ellos se convirtieron en joyas definitivas del rock hecho acá.

Hace 30 años en Bogotá, cuando los vinilos de rock eran apenas un recuerdo, Jorge Barco (voz, teclados y guitarras), Alexei Restrepo (guitarra líder) y Nacho Pilonieta (bajo), conformaron Ship; una banda que destilaba rock en todo su esplendor. Bebían de las mejores fuentes del rock progresivo, como también del new wave y el hard rock; parecían de otra ciudad o de otro tiempo, nunca de Bogotá. Repitiendo el ciclo (Los Speakers y Banda Nueva), grabaron en el mejor estudio de Bogotá, se tomaron su tiempo y brillaron con el magnífico álbum 'Born'. Pero una vez más, y haciendo honor a su nombre, una banda de rock nacional se adelantaba a su tiempo en este espacio, en esta goegrafía.

De regreso a 2011, Jorge Barco se ha vuelto a juntar con sus compañeros de banda para abordar un nuevo viaje por las estupendas canciones de Ship. La cita será este 10 de febrero en Bogotá desde las 23 horas en el Bar Trilogía (Calle 81 # 12-70), la entrada tiene un valor de $10.000 e incluye una copia remasterizada del estupendo álbum 'Born' que cerraba su cara B con un artefacto sonoro etéreo y telúrico a la vez.