24 de junio de 2010

El día que me quieras (1935): Hace 75 años Carlos Gardel se convirtió en una estrella de eterno titilar. Hace un poco más de tres años, el mismo Gardel conspiró con la providencia para sellar con fuego hecha canción, y esta hecha beso, el momento definitivo de mi vida. "Luciérnaga curiosa que verás, que eres mi consuelo!".

Acaricia mi ensueño
el suave murmullo
de tu suspirar.
Cómo ríe la vida
si tus ojos negros
me quieren mirar.
Y si es mío el amparo
de tu risa leve
que es como un cantar,
ella aquieta mi herida,
todo todo se olvida.

El día que me quieras
la rosa que engalana
se vestirá de fiesta
con su mejor color.
Y al viento las campanas
dirán que ya eres mía,
y locas las fontanas
se contarán su amor.

La noche que me quieras
desde el azul del cielo,
las estrellas celosas
nos mirarán pasar.
Y un rayo misterioso
hará nido en tu pelo,
luciérnaga curiosa que verás
que eres mi consuelo.

El día que me quieras
no habrá más que armonía.
Será clara la aurora
y alegre el manantial.
Traerá quieta la brisa
rumor de melodía.
Y nos darán las fuentes
su canto de cristal.

El día que me quieras
endulzarán sus cuerdas
el pájaro cantor.
Florecerá la vida,
no existirá el dolor.

La noche que me quieras
desde el azul del cielo,
las estrellas celosas
nos mirarán pasar.
Y un rayo misterioso
hará nido en tu pelo.
Luciérnaga curiosa que verás
que eres mi consuelo.



 

18 de junio de 2010

Aguacero (1999): Mi abuelita, la señora Gilma Gallegos, madre de mi madre ha cumplido 85 años. Ella es la valentía encarnada y revelada ante mis ojos. Ella y el señor Florentino Vargas -santandereanos los dos, de Jesús María- tuvieron cinco hijas: Josefina, Sara, Susana, Didia y Nelly. Cuando Sara -mi mamá, la segunda de las cinco- tenía 10 años de edad, el señor Florentino fue asesinado por un par de ladrones de poca monta que intentaban robar el almacen que mi abuelo cuidaba. Le tocó entonces a la señora Gilma hacer de papá y mamá por fuerza de la providencia. En lugar de guardar su pulsión de amante en un baúl eterno y polvoriento, la trasnformó con ternura en amor puro y trabajo para las cinco chicas que dependían de ella. En eso se le fue la vida. De a pocos dejó de fumar Pielroja sin filrto, de a pocos fijó su mirada en esa ventana en la que observa a la gente pasar, mientras se obstina en no querer recordarle a las cinco lo que recuerda en silencio.

Escena impúdica: Sara camina por la calle llevando en cada mano a sus hijos, los niños Umberto y Wolf. Caminan rumbo a la casa de la abuelita Gilma. Al voltear una esquina, Sara, Umberto y Wolf ven a lo lejos a la abuelita que también camina rumbo a su casa que se encuentra a una cuadra. Los niños sueltan las manos de la mamá y salen corriendo, gritando como locos el nombre de su abuela "¡Abuelita Gilmaaaaaaa, abuelita Gilmaaaaaaaa!" dirigiéndose con los brazos abiertos a la señora que les da la espalda. Cuando están a punto de alcanzar a la señora, esta voltea a mirar qué ocurre sorprendiendo a los niños con un rostro extraño. La señora que de espaldas parecía ser la abuelita Gilma no lo era. Los niños rápida y telepáticamente continúan su carrera planeando con los brazos mientras su gritos "¡Abuelita Gilmaaaaaaa, abuelita Gilmaaaaaaaa!" retumban en toda la calle hasta llegar a una puerta que dejan de golpear sólo cuando la querida abuela la abre y los recibe con una sonrisa enorme y unos brazos más grandes y abrazadores que dios.

Querida Gilma: lo poco valiente y generoso que soy es un pálido asomo de tu inmensidad. Te amo.