18 de junio de 2010

Aguacero (1999): Mi abuelita, la señora Gilma Gallegos, madre de mi madre ha cumplido 85 años. Ella es la valentía encarnada y revelada ante mis ojos. Ella y el señor Florentino Vargas -santandereanos los dos, de Jesús María- tuvieron cinco hijas: Josefina, Sara, Susana, Didia y Nelly. Cuando Sara -mi mamá, la segunda de las cinco- tenía 10 años de edad, el señor Florentino fue asesinado por un par de ladrones de poca monta que intentaban robar el almacen que mi abuelo cuidaba. Le tocó entonces a la señora Gilma hacer de papá y mamá por fuerza de la providencia. En lugar de guardar su pulsión de amante en un baúl eterno y polvoriento, la trasnformó con ternura en amor puro y trabajo para las cinco chicas que dependían de ella. En eso se le fue la vida. De a pocos dejó de fumar Pielroja sin filrto, de a pocos fijó su mirada en esa ventana en la que observa a la gente pasar, mientras se obstina en no querer recordarle a las cinco lo que recuerda en silencio.

Escena impúdica: Sara camina por la calle llevando en cada mano a sus hijos, los niños Umberto y Wolf. Caminan rumbo a la casa de la abuelita Gilma. Al voltear una esquina, Sara, Umberto y Wolf ven a lo lejos a la abuelita que también camina rumbo a su casa que se encuentra a una cuadra. Los niños sueltan las manos de la mamá y salen corriendo, gritando como locos el nombre de su abuela "¡Abuelita Gilmaaaaaaa, abuelita Gilmaaaaaaaa!" dirigiéndose con los brazos abiertos a la señora que les da la espalda. Cuando están a punto de alcanzar a la señora, esta voltea a mirar qué ocurre sorprendiendo a los niños con un rostro extraño. La señora que de espaldas parecía ser la abuelita Gilma no lo era. Los niños rápida y telepáticamente continúan su carrera planeando con los brazos mientras su gritos "¡Abuelita Gilmaaaaaaa, abuelita Gilmaaaaaaaa!" retumban en toda la calle hasta llegar a una puerta que dejan de golpear sólo cuando la querida abuela la abre y los recibe con una sonrisa enorme y unos brazos más grandes y abrazadores que dios.

Querida Gilma: lo poco valiente y generoso que soy es un pálido asomo de tu inmensidad. Te amo.

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