8 de octubre de 2012

From the morning (1972): Pink Moon llegó a casa en la Natividad del Niño Jesús de 2007. Era un precioso bambú de la suerte, color verde limón, alto, con seis hojas largas y, en el otro extremo, un par de manojos de raíces pelirrojas que indicaban la buena salud del bambú; y digo un par porque Pink Moon era la unión de dos tallos de igual tamaño, uno recto del que brotaban las seis hojas y el otro espiralado que lo abrazaba. Una alegoría del amor.

Yo, que no soy muy dado a dar cariño a los seres vivos, puse todo mi empeño para que Pink Moon siguiera ceciendo hermoso y vigoroso, para que día día el color de sus hojas fuera más vistoso y alegre, entonces le hablaba, le cantaba y le contaba felicidades y lo mimaba con todos los mimos que merecía. Pero un día Pink Moon empezó a ponerse amarillo; a pesar de todos los cuidados que tuve con el bambú, del cambio de agua y del baño de sus hojas, empezó a debilitarse. Lo cambié a un lugar menos iluminado, aunque los rayos del sol nunca le dieron directamente, pero empeoró, la mancha amarilla aumentó, lo ablandó y, como las mentiras, comenzó a oler a podrido.

En pocas semanas y después de transplantar a Pink Moon en una matera con tierra buena, el tallo de Pink Moon que abrazaba al tallo erecto murió y se desvaneció como cenizas. Lo que quedaba de Pink Moon se mantuvo en tierra pero no creció más, el mal también lo había invadido todo, o casi. Después de varios meses enterrado, Pink Moon empezó secarse desde la raíz, amarillo como estaba pasó de una etapa blanda y dolorosa a una de tristeza y muerte. Parecía un fósil.

Pero al mirar a Pink Moon, era evidente que aún tenía vida; si bien las raíces y gran parte del tallo habían cedido a la enfermedad, las seis hojas -que crecieron mucho durante su mejor momento de vida- y la punta exterior del bambú se mantenían verdes y se resistían a morir. Empeñado en que se salvara, lo desenterré, con una segueta hice un corté en diagonal para separarlo de toda la parte paralizada y, aunque todavía lo habitaba una parte de la mancha amarilla, transplanté lo que quedaba del tallo a su primer recipiente. Lo cubrí de agua hasta donde las hojas empiezan a crecer y volví a ubicarlo cerca mío.

Varias semanas después Pink Moon me regaló una sonrisa instantánea e inmensa. Tenía pocas esperanzas de que sobreviviera pero ahí estaba: resistiendo, sanando, siguiendo. De sus cicatrices ahora brotan raíces blancas, como canas que crecen mucho y se enroscan y se celebran entre ellas. Mi viejo amigo Pink Moon, una alegoría de la supervivencia.




 

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